El entorno afectivo del paciente que tiene una adicción al alcohol se debate en un dilema: O cree en las palabras que el paciente dice, o sospecha de esas mismas palabras. Lo que está en juego en este dilema es cómo unas palabras, o más exactamente las mismas palabras vuelven a tener valor.

Parece que estamos en una clase de filosofía, es decir, cuándo decir algo es decir algo verdadero. O quizás sea mejor decir que estamos en la posición del detective, es decir, cuándo en un discurso se puede detectar la verdad o la mentira. El entorno afectivo del paciente con una adicción al alcohol ha perdido por así decir la brújula para confiar en las devaluadas palabras del paciente.

imagen 3 - Lo verdadero y lo falso en el paciente con adicción al alcohol

Este no es un problema menor, porque si la palabra del paciente continúa sin ser valorada; la presión familiar le hará perder las pocas certezas de que su tratamiento de la adicción al alcohol es importante. ¿Pero cómo evaluamos si una persona merece nuestra confianza? Pensemos en cualquier detective de novela, estos interrogan al sospechoso hasta cuando encuentran que hay una contradicción entre lo que dice y los hechos que rodean el crimen. Si no hay contradicción, el detective considera que la persona no es un sospechoso y razona que es una persona de confianza.

En el entorno afectivo, el papel del experimentado detective lo encarna la madre del (o de la) paciente. Es ella quien comienza a acumular las pistas, es decir, las constantes contradicciones de su hijo o hija. Luego, se comenzarán a agregar los otros miembros de la familia, pareja o amigos.

Forzando un poco la analogía detectivesca, el paciente que tiene una adicción al alcohol tiene en un principio todas las pruebas en su contra porque ha engañado y ha aparentado que se encontraba bien cuando la realidad era todo lo contrario. Su trabajo será mostrar que sus palabras y promesas relacionadas con el consumo tienen que ser valoradas. ¿Cómo lograr este cambio? ¿Qué hacer?

Obviamente el volver a tener confianza no puede ser resuelta sin una mediación. Aquí es donde los terapeutas tienen su función. Para ello se elaboran una serie de pautas que son hábitos saludables y que alejan al paciente de la recaída. Estas pautas se acuerdan con el paciente y con el entorno afectivo. Son como un nuevo pacto de convivencia. Sin embargo, las pautas no sólo deben verse como prohibiciones (por ejemplo: no ir a bares), sino como un modo en que el paciente se cuida para evitar la recaída y para el entorno afectivo como un modo de evaluar los actos y la palabra del paciente.

Si el paciente cumple con las pautas dadas por los terapeutas, entonces lentamente las personas que rodean al paciente vuelven a confiar en él. Esto produce un refuerzo en la motivación para el cambio. Por un lado, el paciente ve que sus esfuerzos dan frutos ya que mejora la relación con sus allegados. Por otro lado, el paciente se siente motivado a sostener los cambios que le permiten mantener la abstinencia mejorando notoriamente su calidad de vida. Por último, si la familia, la pareja y los amigos vuelven a confiar, entonces también pueden dejar de temer que el paciente con adicción al alcohol se autodestruya y pueden volver a disfrutar de sus vidas que habían abandonado por intentar que el paciente dejase de consumir.