“Me siento bien” es una frase que la persona que quiere dejar el alcohol pronuncia cuando han pasado dos o tres meses de tratamiento. Al poco tiempo, el paciente dejar caer “si ya me siento bien, no veo el porqué continuar viniendo a las terapias. Podemos espaciar las visitas…”. Es en este punto donde los tratamientos comienzan a fracasar porque el paciente cree que ya está “curado”.
¿Cómo es eso de que cuando el paciente quiere espaciar o posponer su tratamiento porque se siente bien, el tratamiento para dejar el alcohol comienza a naufragar? Si uno tiene una enfermedad, hace un tratamiento. Si el tratamiento funciona y el paciente se siente bien, entonces es razonable dejar de asistir o disminuir la frecuencia de las visitas.
Sin embargo, lo que hay que tener en cuenta es qué significa sentirse bien y quién es el que dice esta afirmación. En un tratamiento para dejar el alcohol hay más cosas que ponderar el estado subjetivo de sentirse bien. El paciente se siente bien, claro está unos meses sin consumir alcohol y la mejora física y psíquica es notoria. Pero es suficiente esta mejora.
La respuesta es un rotundo no. La abstinencia es importante, pero es sólo el comienzo. De lo que se trata es de realizar un cambio de hábitos, de formas de pensar, etc. relacionados con el consumo de alcohol. No es suficiente dejar de beber, sino de analizar las situaciones relacionadas con los hábitos de consumo. Por ejemplo: cambiar grupo de conocidos cuya meta es encontrarse para beber.
El tratamiento para dejar el alcohol avanza cuando se acepta que es importante dejar de lado lugares y personas conocidas fuertemente asociadas al consumo de alcohol. Ciertamente a los pocos meses es posible superar esta fase del tratamiento. Sin embargo, cuando los peligros “externos” son detectados, comienzan a surgir otros peligros que son “internos”, estos últimos consisten en pensamientos y formas de interpretar la vida cotidiana. Y desmontar estas maneras de pensar en relación al consumo de alcohol es más complicado. El paciente tiene un conjunto de creencias que muchas veces han justificado el consumo de alcohol. Por lo tanto, desmontar estos esquemas de pensamiento insume más tiempo y mayor esfuerzo para el paciente porque estos esquemas le acompañan de manera no explicitada desde hace años. Son tan “naturales” que el paciente no ve tales esquemas ni supone que tengan que ver con sus recaídas.
Si no hay una elaboración y un cambio de modo de ver el mundo por parte del paciente, si no hay una apertura a considerar otras perspectivas, entonces lentamente y a medida que se posponga el tratamiento el paciente volverá a repetir los mismos patrones y hábitos. Lo que le llevará nuevamente a consumir alcohol. Este trabajo de elaboración es lento y muchas veces parece alejado del consumo efectivo. Pero es importante recordar que una recaída consiste en un proceso que se gesta semanas o incluso meses antes de que exista una ingesta de alcohol.