En Cataluña el 18% de la población sufre ansiedad y se consumieron durante el año 2015 7 millones de envases de ansiolíticos y 6,5 millones de envases de antidepresivos. La prescripción de estos últimos no deja de crecer, y la de ansiolíticos se mantiene. Estos datos fueron publicados hace pocos días en la prensa.
Principalmente se prescriben en las consultas de los médicos de familia de los centros de asistencia primaria (CAP) y también en los hospitales.
Ya son bastantes los profesionales de la salud mental que consideran que estas cantidades son excesivas, demasiado altas, y además, este consumo tan alto de psicofármacos no significa que todas esas personas estén bien tratadas.
La ansiedad y los síntomas depresivos (que no depresión), son reacciones que con más o menos intensidad todo el mundo ha sentido alguna vez ante una situación que le ha resultado difícil de afrontar, como una pérdida, un conflicto laboral, una situación personal o familiar complicada, etc…
Si todo va bien, esos síntomas pueden desaparecer de forma espontánea pues la persona elabora de forma natural el conflicto o la situación estresante. Cuando no es así, las señales de ansiedad, estrés y/o depresión, pueden ir generalizándose, produciendo dificultades en ámbitos de la vida cada vez más amplios, y es entonces cuando podemos empezar a sentir dificultades tales como, miedo o estrés a ir a trabajar, a acudir a una cita, temor a tener enfermedades ante cualquier pequeño síntoma, sentirnos irritables con cualquier nimiedad, tristes o desanimados, pensar que no podremos hacer frente a situaciones nuevas, dormir nos resultará cada vez más difícil, etc… también pueden empezar a aparecer síntomas físicos relacionados con la situación que nos estresa, como irritabilidad intestinal, dolores de cabeza, contracturas musculares, contracturas en la mandíbula, que puede llegar a impedir que abramos la boca, etc…
La facilidad con se prescriben este tipo de fármacos parece que ha producido una especie de banalización de los mismos, y muchas veces no se toman de la forma adecuada. O se toman en exceso o de forma errática (ahora estoy mejor, no me lo tomo, ahora estoy peor, sí me lo tomo…). Hemos llegado a la creencia de que las pastillas lo arreglan todo, y además es mucho más fácil tomarse una que hacer un trabajo personal, aunque sea mínimo, para poder entender que nos está pasando y cómo puedo afrontar esas situaciones que tanto me crean ansiedad.
Como decíamos antes, pueden confundirse los síntomas depresivos con la depresión. Ante un paciente con síntomas de depresión primero hay que hacer un buen diagnóstico, y si lo que tiene es una depresión tendrá que medicarse adecuadamente con antidepresivos. Si no hay una depresión, tendría que empezarse primero por ayudarlo a mirar de entender los mecanismos mentales que le han llevado a desencadenar todos esos síntomas, ayudarle a cambiar hábitos o rutinas que pueden ser perniciosas y empezar a introducir de nuevas más beneficiosas como técnicas de relajación, o alguna actividad física, y sobre todo empezar una terapia apropiada para su problema con un psicólogo/a , que es el profesional especialista en tratar este tipo de trastornos. Si todo esto no es suficiente, o la situación es demasiado desbordante, es cuando se ha de introducir el psicofármaco.
Parece que en nuestra sociedad se ve con mejores ojos el ir al médico y que nos diga que nos tomemos algún ansiolítico que el acudir a un profesional de la psicología que nos ayude a entendernos y a estar mejor con nosotros mismos.