El estrés se suele asociar a un estado patológico, pero no es así.
El estrés es la reacción del ser humano ante una situación amenazante que nos plantea un cambio abrupto que altera nuestra estabilidad. El estrés no es solo un sistema de reacción ante algo excepcional, también es un sistema imprescindible para sobrevivir. El cuerpo y el cerebro se adaptan continuamente a las experiencias diarias que nos enfrentamos, ya sean excesivas o no.
Por tanto, el estrés activa un conjunto de reacciones que implican respuestas conductuales y fisiológicas (neuronales, metabólicas y neuroendocrinas) que permiten al organismo responder al estresor de la manera más adaptada posible.
Las tres fases del estrés
Se considera que hay tres fases a la hora de reaccionar ante una situación amenazante:
- Fase de alerta: Hay una secreción de adrenalina que pone nuestro cuerpo en alerta y nos prepara para esa urgencia poniendo a disposición la energía que podamos necesitar. Por ejemplo, a mediados del mes de marzo, cuando apareció casi de golpe la enfermedad denominada COVID-19, todos nos pusimos en alerta y nuestro cuerpo reaccionó de esta forma.
- Fase de resistencia: Si el estrés se mantiene, se secreta otra hormona llamada “cortisol» que permite el nivel constante de glucosa en sangre. Aquí el cuerpo (y la mente) entiende que hay que “aguantar”. Es decir, y continuando con el ejemplo de la pandemia por COVID-19, este es el periodo en que mucho se ha hablado sobre la resistencia de la población y de los sanitarios. La situación creada por el COVID-19 nos ha hecho aguantar con estoicismo confinamientos, aislamientos, cuarentenas, restricciones en nuestras costumbres, distanciamiento social, pérdida de trabajo, de nivel adquisitivo, de personas queridas… Hemos estado aguantando en vista de un bien común.
- Fase de agotamiento: Aparece si la situación persiste y se acompaña de una alteración hormonal crónica (con consecuencias orgánicas y psiquiátricas). El organismo se desborda y se siente agotado. Las hormonas secretadas no cumplen con la función que tenían prevista, van acumulándose en el organismo y son perjudiciales para la salud, tanto física como mental. Aquí se podría situar la llamada fatiga pandémica de la hablamos en un post anterior. Nos empieza a pasar factura, nos estamos agotando, y se empiezan a notar los primeros síntomas en la salud mental.
Cuando el estrés se hace crónico se experimentan síntomas tanto físicos como psicológicos, como fatiga, dolor muscular, problemas digestivos, dificultad para dormir, irritabilidad, ira, ansiedad, depresión…
Cuando el estrés se convierte en estrés crónico
Vemos pues que lo que en un inicio sería una respuesta de nuestro organismo adecuada a una situación peligrosa o a un cambio importante en nuestro modo de vida, se puede convertir en un problema si esa situación se mantiene mucho en el tiempo y no sabemos/podemos hacer frente a la misma.
El estrés crónico se puede tratar con psicoterapia, medicación o una combinación de ambas. El tratamiento psicológico le permitirá aprender cómo hacer frente a la situación estresante e introducir aquellos cambios que sean necesarios para conseguir que deje de ser crónica una situación que no debería serlo.