Planteábamos hace un par de semanas la situación de las mujeres que consumen y son adictas al alcohol y drogas ilegales que acuden en bastante menor medida a los centros especializados para tratar la adicción.
La pregunta que nos hacíamos era: ¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué las mujeres llegan menos a los tratamientos para la adicción?
Los estereotipos de género imperantes en nuestra sociedad pesan de forma abrumadora sobre las mujeres consumidoras y con alguna adicción. Podríamos decir, que ellas cargan con una doble discriminación: Por ser mujeres y por ser adictas.
Las actitudes que esto genera constituyen un ejemplo de estigmatización social y se convierten en un impedimento para que las mujeres reciban atención. La vergüenza y el miedo a la desaprobación tienen un peso importante para que los problemas ligados al abuso de sustancias no sean reconocidos por ellas mismas. Se refuerza así su aislamiento, y se favorece la ocultación del problema, retrasándose el momento de solicitar ayuda.
Esto resulta de especial envergadura en el caso del abuso de alcohol. Muchas de las mujeres que tienen este problema beben a solas y en el espacio de lo doméstico, lo cual no permite la relación con personas que compartan esta situación e impide el acceso a un conocimiento informal sobre las distintas alternativas de apoyo y ayuda. Además, la escasa conciencia y sensibilización sobre estas problemáticas dificulta que el personal sanitario detecte y explore especialmente si la mujer ofrece una imagen “normalizada” y no responde a un supuesto perfil típico de drogodependiente. De hecho, estas mujeres pueden pasar por los recursos de salud sin que se les ofrezca ayuda y un tratamiento especializado.
El miedo y la vergüenza tiene un peso importante en una de las realidades más graves y silenciadas: La presencia de violencia en las biografías de muchas de estas mujeres, que han sufrido malos tratos por parte de sus parejas, así como abusos sexuales y agresiones en la infancia, adolescencia y en otros momentos de su vida. Por tanto, conviven con las consecuencias de esta violencia: Angustia, ansiedad, estrés post-traumático, sentimientos de baja autoestima, tristeza, desvalorización… Esta experiencia suele pasar desapercibida, no siendo detectada ni abordada, muchas veces porque la misma mujer no habla de ello, ni deja entrever nada que pueda llevar a sospechar que ha estado o sigue sufriendo de maltrato, abuso o violencia.
Somos conscientes de que existe un perfil distinto de consumo entre hombres y mujeres, y sabemos también que este perfil distinto puede producir en numerosas ocasiones una dificultad para sentirse reflejada o entendida en un grupo de mayoría de varones y que conduce al silencio o la desaparición de las mujeres implicadas en este tipo de tratamiento.
Es evidente que hay muchos más varones que mujeres adictas. Al predominar los hombres, las mujeres tienen mayor presión ambiental. No es que los tratamientos estén expresamente hechos para varones, lo que ocurre es que al predominar ellos, el tratamiento se adapta a la mayoría y las mujeres quedan en un segundo plano, por simple cuestión numérica.